12 monos

📄 SINOPSIS:
Año 2035, la humanidad casi ha quedado extinguida por un mortal virus que tuvo su origen en noviembre de 1996 contaminando el aire para los humanos y obligándoles a vivir bajo tierra. En tan penosas circunstancias, un grupo de líderes científicos decide enviar al pasado a un observador “voluntario”. Su misión será encontrar una muestra del virus y regresar al futuro con ella. El objetivo es que el virus pueda ser estudiado, contrarrestar sus efectos y poder volver a llevar una vida “normal”. (Cineycine).
Declaración de un paciente esquizofrénico ingresado en un Psiquiátrico de Baltimore el 12 de abril de 1990: “5 mil millones de personas morirán a causa de un virus mortal en 1997. Los supervivientes abandonarán la superficie del planeta. Una vez más, los animales serán los amos del mundo”. Terry Gilliam nos advierte de la terrible amenaza que representa el ejército de los ‘12 monos’.
“¿Eliminar a la raza humana?… Es una idea genial” (Jeffrey Goines)

Crítica de 12 monos
Después de su éxito de crítica y eco cultural con ‘El rey pescador’ (1991), el reputado Terry Gilliam se embarcó en ‘12 monos’, un drama de viajes en el tiempo en el que la humanidad parece condenada a un funesto destino imposible de evitar. Ante todo, hay que poner de manifiesto que la idea primigenia del film proviene del cortometraje ‘El muelle’ (‘La jetée’, en el original francés). Hablamos de una obra realizada en 1962 a base de fotografías por parte de Chris Marker. Así aparece acreditado en los propios títulos de iniciales del film de Gilliam. Ahora bien, el cineasta norteamericano lleva mucho más allá el concepto inicial de Marker. Recordemos que el corto del director francés no alcanzaba los 30 minutos, mientras que ‘12 monos’ se va a los 129 minutos. Por consiguiente, inspiración… sí, pero poco más.
En esta propuesta de Gilliam destaca el diseño de producción y la ambientación. Respecto al primero sobresalen las escenas del futuro con esa imaginería tan propia del Gilliam de ‘Brazil’ (1985). Su marcada personalidad queda reflejada, por ejemplo, en las escenas de los interrogatorios científicos. También es posible apreciar un cierto aire retrofuturista y steampunk en algunos trajes y aparatos. Respecto a la ambientación del “presente” resulta realmente deprimente transmitiendo frío y suciedad. En este aspecto se lleva la palma el vetusto Psiquiátrico con rejas oxidadas, paredes con cal y humedades. Tan es así que la producción parece rodada en Europa del Este cuando realmente se filmó en diferentes localizaciones de Estados Unidos como Baltimore y Filadelfia. La excelente banda sonora de Paul Buckmaster remata toda la atmósfera fatalista fusionándose con el propio film gracias al añadido del “Suite Punta Del Este” de Astor Piazzolla.

En la triste ambientación que acabó de resaltar en el párrafo anterior influyó seguramente el bajo coste del film, apenas 29 millones de $. Esto provocó que los diseñadores y demás artistas desarrollaran al máximo sus capacidades e imaginación… y esto, al final, devino positivamente en la película dándole ese estilo tan suyo. El propio Bruce Willis también dio lo mejor de sí mismo aceptando trabajar gratis solo para hacerlo bajo las órdenes de Terry Gilliam. Una vez estrenada, el 29 de diciembre de 1995, ‘12 monos’ fue un éxito para la Universal recaudando casi 170 millones de $ a nivel mundial. De ahí se sacó el dinero para pagar el sueldo de Willis. Y, como curiosidad, en 2015 se estrenó una serie homónima en la cadena Syfy.
La trama vino firmada por David Webb Peoples en el que fue su último gran libreto para cines. En esta ocasión contó con la ayuda de su esposa, Janet. El matrimonio nos entrega una historia que se apoya en los clásicos viajes y/o saltos en el tiempo. Específicamente la narración se desarrolla saltando del año 2035 al 1996. Pero también hay algunas paradas en 1990 y una totalmente accidental en 1917. Por supuesto, ‘12 monos’ no escapa a las conocidas como paradojas temporales. Quizá la que más nos pueda hacer pensar es la que afecta al propio James Cole, que podríamos decir que parece atrapado en “un eterno retorno”. Pero, al margen de esta, también hay otras bastante interesantes en las que no ahondaré, so pena de destripes importantes.

Al margen de los viajes, y las paradojas, la otra gran temática de la propuesta son los virus. Específicamente un virus transmitido por el aire que se suelta en 1996 destruyendo el futuro de la humanidad. Lo interesante aquí es que los viajes temporales no tienen como misión evitar el evento vírico, sino recabar información para arreglar la vida en el futuro. Y esto lleva a seguir la que es considerada en el futuro como la pista principal: El ejército de los 12 monos. ¿Quiénes son? ¿Cómo surgen? ¿Cómo sueltan el virus? ¿Cuáles son los componentes del virus?… Estas y otras son las preguntas que tendrá que resolver James Cole en el pasado.
Por otro lado, la trama se enriquece mucho con otras menciones interesantes. Entre ellas están las referencias implícitas y explícitas al cine de Hitchcock, las citas del Apocalipsis o el concepto del síndrome de Casandra. Esta última reflejada o “personificada” de alguna manera también en James Cole y luego en la propia Kathryn Railly. Y atención también a la subtrama radiofónica y televisiva del destino del niño Ricky Newman que cae a un pozo en Fresno (California). La misma servirá a Railly para saber si Cole dice la verdad o definitivamente está loco. Personalmente siempre he visto esta subtrama como un homenaje al capítulo ‘Radio Bart’ de la tercera temporada de ‘Los Simpson’ estrenado en enero de 1992.

A nivel interpretativo, el primero en destacar justamente es Bruce Willis interpretando a James Cole, un observador del futuro condenado por actos de violencia. Cole se presenta “voluntario” para regresar al pasado… Creo poder afirmar que estamos ante una de sus mejores interpretaciones (¿acaso la mejor?) fuera de sus personajes más icónicos. Para ello abandonó aquí toda su ironía, sarcasmo, durezas y gesticulaciones típicas. Willis nos entrega un personaje mentalmente vulnerable y con ráfagas de furia debido a los saltos temporales. Atención a cómo logra exhibirse totalmente dopado de tranquilizantes con la baba cayendo y todo. Y también a sus contrastes interpretativos entre la alegría, la derrota y la duda, y el abrazo de un destino que no puede “cambiar”.
La segunda de a bordo es Madeleine Stowe brillando también a gran altura como Kathryn Railly, una psiquiatra y escritora que se hace cargo en el pasado del expediente de Cole. Willis y Stowe son la pareja protagonista. La actriz da la réplica científica y racional al personaje de Willis. Pero, irremediablemente, también terminará por abrazar lo imposible. Su último plano, mirando directamente a la cámara mientras busca al jovencito Cole, y suena una triste pieza de Buckmaster, es de una hermosura y ternura inigualables… Y, a modo de gusto personal, jamás vi a Madeleine Stowe tan hermosa como en esta película.

En el reparto de secundarios el líder es un disparatado Brad Pitt como Jeffrey Goines, el alterado hijo de un magnate. Pitt está tan volcado en su nerviosísima interpretación que, en algunos instantes, bordea la sobreactuación. Atención al “festival” que monta en el Psiquiátrico de Baltimore revolucionando a todo y a todos. Pese a rozar la caricatura con sus múltiples gestos, verborrea incontenible y nervios a flor de piel, Pitt ganó el Globo de Oro y fue candidato al Oscar. A su padre en la ficción lo interpretó con su porte y seriedad habitual Christopher Plummer. Si bien sus escenas son escasas, sí que deja constancia de su buen hacer. Plummer encarna al Doctor Goines, un científico vírico que se ha hecho millonario gracias a la experimentación animal.
Además en el elenco de secundarios hay que prestar atención a las puntuales apariciones de David Morse. El actor aparece con melena y coleta pelirroja exhibiendo en su performance una tremenda e inalterable calma. Y digo que hay que prestarle atención porque, en el devenir de la trama, es el personaje más importante… y eso que apenas sale unos 8 minutos. Por su parte, a Frank Gorshin lo de hacer de mentor de Railly le sale prácticamente solo pareciendo un veterano psiquiatra. Destacar también la breve y firme interpretación de Carol Florence como la líder científica del futuro (ojo a su última y sorpresiva aparición). Por último, los amantes de los tipos duros reconocerán a Christopher Meloni en un corto papel como el teniente Halperin de Homicidios de Filadelfia.
“Si no puedes cambiar el pasado, al menos huele las flores” (Kathryn Railly)

En conclusión.
Termino esta crítica de 12 monos, una kafkiana y dramática aventura de ciencia-ficción con un fatalista destino que parece casi imposible de cambiar. Su trío protagonista está en estado de gracia dirigidos por un Terry Gilliam que entrega una labor muy notable haciendo saltar al espectador del futuro al pasado y al “presente”. Y, por favor, no olviden que James Cole sabe cosas que nosotros no sabemos y que nos van a ser muy difíciles de entender… de hacerle caso, o no, puede que dependa nuestro propio futuro.
Tráiler de 12 monos
La ternura y comprensión que logra transmitir Madeleine Stowe hacia el personaje de Bruce Willis. Los diálogos y las imágenes están tan repletos de detalles que es complicado captarlos todos con un solo visionado. El sueño recurrente de Cole que cada vez nos va mostrando más. El final es ciertamente insuperable... a pesar de que siempre que veo la película quiero que cambie; tal y como también me sucede con ‘Atrapado por su pasado’ (Brian de Palma, 1993). La BSO.
El intentar confundir al espectador con que todo viene de la cabeza de James Cole no funciona porque siempre seguimos sus pasos.






