Tiburón blanco: La bestia del mar

📄 SINOPSIS:
1942, 2ª Guerra Mundial. Un barco de transporte de tropas australianas en el Timor oriental es bombardeado y hundido por aviones japoneses. Los pocos supervivientes que quedan tras el naufragio, entre los que se encuentra el soldado indígena Leo, deciden quedarse en una balsa improvisada con los restos del navío hasta que consigan ser rescatados. Sin embargo, las aguas en las que se encuentran son el coto de caza de un poderoso tiburón blanco sediento de sangre. (Cineycine).
Con un background corto, pero ciertamente interesante, Kiah Roache-Turner se ha labrado un reconocido bagaje dentro del cine fantástico. En esta ocasión se inspira en un suceso real ocurrido durante la 2ª Guerra Mundial para ofrecernos una aventura de supervivencia en el mar del Timor oriental. Allí un grupo de supervivientes tendrán que hacer frente al ataque de un escualo sanguinario e imparable. Subimos a bordo de su balsa a la deriva para enfrentarnos a ‘Tiburón blanco: La bestia del mar’.
“¿A quién le apetece darse un baño?” (Leo)
Crítica de Tiburón blanco: La bestia del mar
Con una corta filmografía a sus espaldas, Kiah Roache-Turner se ha convertido en uno de los cineastas de género a tener en cuenta en un futuro cercano. Turner llamó la atención con ‘Wyrmwood: La carretera de los muertos’ (2014). Posteriormente filmó ‘Nekrotronic’ (2018) y ‘Wyrmwood: Apocalypse’ (2021). Y ya su consolidación en el fantástico vino con ‘Sting: Araña asesina’ (2024), un film de aura ochentera con el que consiguió cierto aprecio dentro de los círculos del cine de género. Así pudo gestionar su siguiente película: ‘Tiburón blanco: La bestia del mar’. Estamos ante un film inspirado en sucesos reales y dedicado a su abuelo fallecido durante la 2ª Guerra Mundial.
‘Tiburón blanco’ tiene como base el hundimiento del HMAS Armidale. Hablamos de un barco de transporte de tropas australiano que fue hundido por la aviación japonesa en el Pacífico durante los primeros años del citado conflicto bélico. Aunque bien es cierto que uno podría decir que Turner toma como base el famoso hundimiento del Indianápolis (el que Quinn narraba en la mítica ‘Tiburón’) a la hora de pergeñar su trama de supervivencia. Este detalle es casi lo único que ‘Tiburón blanco’ tiene en común con el film de Spielberg.
Lo más llamativo de la cinta de Turner es que el australiano intenta levantar su producción a medio camino entre la “creature feature” más salvaje con determinadas metáforas sobre la misma guerra. El monstruoso escualo sería una especie de catalizador de esas ideas: la guerra te devora independientemente de tu condición social o raza. Y te devora y engulle sin vacilar ni remordimiento alguno. Te tritura y destroza. Además nos acerca también al tratamiento sobre la inclusión de los soldados indígenas durante la guerra. Esta curiosa propuesta termina siendo el mejor film que ha hecho Turner en su corta carrera.
‘Tiburón blanco’ carece del elemento sorpresa del ‘Tiburón’ de Spielberg. Por consiguiente, Roache-Turner apuesta por ir directo al grano, después de un curioso montaje de entrenamiento militar. El propio director ejerce como editor y nos demuestra que con un bajo presupuesto se puede conseguir un producto destacado. Su película tiene personalidad y está marcada en su atmósfera. Esto último es algo que no veía desde ‘Infierno azul’ (Jaume Collet-Serra, 2016). Además tiene algunos de los planos más estimulantes que he visto este año. Ojo a los atardeceres casi rojizos contrastando con la neblina sanguinolenta que dejan los ataques del tiburón en el agua… Este recurso es utilizado para tapar carencias presupuestarias, pero otorga a la propuesta una personalidad inesperada reforzando sus partes metafóricas. Así vemos como los protagonistas han escapado de un inferno para acabar en otro con un demonio (literal) acechándoles bajo las aguas.
Teniendo en cuenta lo anterior, me atrevo a decir que esta es la película de Roache-Turner que mejor planificación visual tiene dentro de sus planteamientos e ideas. Incluso presenta algunas escenas a cámara lenta y otros segmentos ciertamente sorprendentes. Amén de un homenaje nada despreciable a la enormemente disfrutona ‘Kong: La isla calavera’ (Jordan Vogt-Roberts, 2017). ‘Tiburón blanco’ abraza su condición de cinta de genero sin ningún tipo de pudor, tal y como también hizo la ya citada ‘Sting: Araña asesina’ (2024).
Un motivo de agradecer es que se haya recurrido a un tiburón animatrónico. Esto hace que la cinta nos ofrezca un innegable sentimiento de sabor añejo. Incluso el propio tiburón parece sacado del imaginario de Sam Raimi con aspecto casi zombificado, cicatrices y heridas variadas. También es cierto que no se ha obviado al CGI, aunque solo sea para planos bajo el agua y cuando el escualo es literalmente visto en panorámico. La propuesta reivindica el cine de tiburones después de la mala fama otorgada por la saga ‘Sharknado’ y similares.
Por otra banda, es de justicia reafirmar que la corta duración beneficia la intensidad y sensación de amenaza y aislamiento constante. La propia banda sonora de François Tétaz incide en esto recreando una destructiva partitura que no da respiro al espectador. Se siguen así los parámetros de scores modernos bélicos como las composiciones de Hans Zimmer para ‘Dunkerque’ (Christopher Nolan, 2017). Como curiosidad, Tétaz también se ocupó de la música de ‘El territorio de la bestia’ (Greg McLean, 2007), otra cinta australiana con un monstruoso cocodrilo como protagonista. Respecto a la fotografía, esta logra ser visualmente llamativa en no pocos momentos. Y lo consigue gracias al trabajo de Mark Warenham.
Pasando al reparto, algunos elementos de los personajes no escapan al estereotipo del cine bélico. Pero los actores terminan superando ese escollo. Especialmente Mark Coles Smith interpretando a Leo, un soldado indígena que viene a ser la voz de aquellos que durante la guerra lucharon por su país, pero que fueron maltratados por cuestiones raciales. También otros intérpretes como Sam Delich, Maximilian Johnson y Sam Parsonson logran empatizar con el espectador curtido a través de las desdichas que sus personajes sufren a lo largo del metraje. Incluso llegan a aportar alguna gota de humor para rebajar la tensión. Así es como también la propia narración de Kiah Roache-Turner salva lo que podría haber sido un guión pobre en manos de algún cineasta menos autoconsciente.
En conclusión.
Termino esta crítica de Tiburón blanco: La bestia del mar, una producción que no será tan mítica y legendaria como el film de Spielberg, pero sí que resulta una de las propuestas más interesantes de este año en cuanto al subgénero de tiburones se refiere. Una nueva demostración de la capacidad de Roache-Turner en el fantástico y esta vez con derroteros bastante más serios que sus primeras propuestas.
Tráiler de Tiburón blanco: La bestia del mar
Como Turner pasa del infierno bélico a un infierno acuático con un escualo sanguinario que roza lo monstruoso sacado del imaginario de Sam Raimi. Su atmósfera nebulosa para tapar carencias es un aliciente espectacular de cara a la amenaza acuática que está al acecho.
No escapa de los tópicos del cine bélico con los personajes… aunque es plenamente consciente de ello.
