Conan, el bárbaro
Un niño es testigo de cómo una brutal horda de bárbaros arrasa su poblado masacrando a todos los habitantes. Tras ser capturado, es vendido como esclavo y acaba sufriendo grandes penurias mientras le adiestran en las artes del combate para luchar en la arena. Años después, ya libre y convertido en un formidable guerrero, se embarcará en la búsqueda y rescate de una princesa. (Cineycine).
Robert E. Howard creó en los años 30 un personaje que, con el tiempo, acabaría convirtiéndose en todo un referente dentro de esa temática que se ha venido en llamar «Espadas y Brujería». Muchas son las películas que se han adentrado en este peculiar subgénero, pero muy pocas han conseguido calar tan hondo como ‘Conan, el bárbaro’. Una película que, por méritos propios, ha conseguido sobrevivir al paso de los años. Su visionado ofrece una experiencia única para cualquier aficionado a las aventuras.
«¿Qué es el acero comparado con la mano que lo maneja?” (Thulsa Doom)
Crítica de Conan, el bárbaro
Los orígenes de Conan, el cimmerio, se remontan a la década de los 30. Por aquel entonces, un joven escritor llamado Robert E. Howard publicaba en la revista pulp Weird Tales los relatos de un guerrero hábil en el manejo de la espada y en las artes del robo. Y fue en el relato ‘El fénix en la espada’, publicado en 1932, donde asistimos al nacimiento del mito. Así describía Robert E. Howard al poderoso guerrero: «Y aquí llegó Conan, el cimmerio, de pelo negro y espada en mano. Un ladrón, un saqueador, un asesino, con inmensas melancolías y con tremendo júbilo, para aplastar los tronos enjoyados de la Tierra bajo su pie».
Howard, que siempre fue un atormentado genio de la Literatura, decidió poner fin a su vida en 1936. Tras de sí nos legó más de dos docenas de magníficos relatos del cimmerio. Un legado que en la década de los sesenta, y gracias a la labor de aquellos que tanto le admiraban, vio la luz mediante la publicación de un recopilatorio de doce tomos. Todo ello, unido a la aparición de publicaciones de temáticas afines y a la irrupción en 1974 del popular juego de rol ‘Dungeons & Dragons’, propició que en 1982 se decidieran a llevar al cine las aventuras de Conan, el cimerio.
El proyecto fue a parar a las manos de John Milius. Ojo porque además de dirigir la película se encargó de escribir el guión junto al mismísimo Oliver Stone. La trama se ambienta en una era legendaria cercana a los 12.000 años de antigüedad, en un mundo donde la magia era real y donde dioses y monstruos hollaban la tierra. Obviamente no se centraron en un solo relato, sino que a lo largo de la película podemos ver claras referencias a muchos de ellos. Referencias a, por ejemplo, ‘La torre del elefante’ o ‘La Reina de la Costa Negra’.
Las licencias que se tomaron, tanto en lo que respecta a los relatos de Robert E. Howard como al propio Conan, enfurecieron a muchos fans de la obra original. Basta con decir que Conan nunca fue esclavo ni luchador. Además, su aspecto físico era bastante distinto al que vemos en pantalla. Howard imaginaba al cimmerio como un descendiente de los celtas. Tampoco gustó que el villano fuera Thulsa Doom, ya que es un personaje que pertenece al mundo de Kull, otra colección de relatos escritos por Robert E. Howard. En fin, cambios y más cambios que están ahí para bien o para mal.
A pesar de no ser una adaptación demasiado fiel, Milius consigue crear un mundo creíble y novedoso que cuando se vio por primera vez en 1982 causó sensación. Unos escenarios muy bien escogidos (atención a los planos de la Ciudad Encantada de Cuenca) y rodados casi todos en Almería. Un vestuario rico y detallado. Y unos efectos modestos pero que, junto con un exquisito diseño de producción, están a la altura de lo esperado. En resumen, cualquiera que vea esta película no tendrá la más mínima dificultad en creerse lo que ve. El nivel de verosimilitud es tan elevado que podríamos pensar que lo que contemplamos está sucediendo en realidad. Y esto es algo que muchas otras películas de este tipo no consiguen.
La guinda de la producción la pone una magnífica banda sonora compuesta por Basil Poledouris. El compositor nacido en Kansas fue una apuesta personal de Milius ante la insistencia de un Dino de Laurentis que prefería temas de música pop. El tiempo ha demostrado que Milius acertó de lleno con esta propuesta más tradicional. Tan es así que la sinfonía de música y coros de Poledouris se ha convertido en una de las mejores bandas sonoras de todos los tiempos.
Para encarnar a Conan se necesitaba a un tipo de actor muy concreto y el escogido fue Arnold Schwarzenegger. Por aquellos años, Arnold era un afamado culturista que había participado en películas más bien cutres. ‘Conan, el bárbaro’ supuso un impulso brutal a su carrera que le catapultó al estrellato, llegando a protagonizar sólo dos años después ‘Terminator’ (James Cameron).
El aporte de Schwarzenegger es más estético que dramático. Milius, que era buen conocedor de las limitaciones del actor, no le dio demasiadas líneas de diálogo. Pero el resultado es francamente bueno, porque al final lo que nos ofrece es un físico portentoso que se ajusta perfectamente a la brutalidad y potencia visual de la película. De hecho, disociar a Arnold de Conan es difícil, a pesar de las licencias que se tomaron al adaptar el personaje, porque verle blandir la espada y destrozar a sus enemigos a mandoblazos no tiene precio. Detractores siempre habrá, no hay duda, pero me gustaría saber a quién hubieran escogido ellos en su lugar. ¿A Marlon Brando?…
Es curioso destacar que buena parte de los secundarios ni siquiera eran actores o cuanto menos carecían de experiencia. En algunos casos eran simples deportistas que, claramente, fueron contratados para lucir físico. Estos fueron los casos de, por ejemplo, Ben Davidson (jugador de fútbol americano) o Gerry López (surfista profesional). En otros casos se trataba de actores noveles reciclados, como la escultural Sandahl Bergman. Hablamos de una bailarina que había participado en películas musicales como ‘Xanadú’ (Robert Greenwald, 1980). Sorprendentemente, esta amalgama de actores neófitos e inexpertos consigue amueblar con solvencia el mundo creado por Milius.
Conseguir dibujar un buen villano es una de las cosas más difíciles en una película. En este caso la responsabilidad recayó sobre James Earl Jones, que se había hecho mundialmente famoso prestando su voz a otro gran villano de la historia del cine: Darth Vader. Personalmente no me cabe duda de que su voz fue una de las claves, si no la más determinante, para que Milius le diera el papel. Y la verdad es que, salvo momentos muy puntuales, consigue retratar a un Thulsa Doom frío y calculador, malvado pero sin alcanzar cotas auto paródicas. ¡Otro acierto más de la película! Lo mismo que ofrecer el discreto papel de Rey Osric a un experimentado Max von Sydow que se hizo con el personaje sin ninguna dificultad.
Otro aspecto de esta producción que se ha discutido hasta la saciedad es si estamos o no ante una oda al concepto de superhombre de Nietzche. Bueno, puede que haya algo de eso, sobre todo un canto indirecto a esa idea que es la muerte de Dios. Porque la secuencia en la que Conan encuentra la supuesta tumba de Crom y le arrebata la espada para tomar su lugar ¡es toda una declaración de intenciones!
En cualquier caso, creo que lo que tenemos delante es ante todo una magnífica película de «Espada y Brujería», con algunas de las mejores escenas de lucha que se han rodado y con un Arnold Schwarzenegger que, limitaciones aparte, nació para interpretar a Conan. Sí, hemos de reconocer que el mutismo de Conan es excesivo, le faltan líneas de diálogo e ingenio… pero cuando uno trabaja con un portento físico como Schwarzenegger debe saber sacar provecho a sus virtudes mitigando sus defectos. Y lo cierto es que la bella plasticidad del gigantón austriaco cada vez que sale a escena es algo que ningún otro actor podría haber alcanzado.
Conclusión.
Poco más cabe añadir a todo lo que hemos comentado en esta crítica de Conan, el bárbaro. Al rodar esta película no hubo reparos en mostrar desnudez y violencia, algo que era sumamente importante si se quería aprobar con nota. ¡Y vaya si se aprobó! En cambio, otras películas como ‘El guerrero rojo’ (Richard Fleischer, 1985) o ‘Kull, el conquistador’ (John Nicolella, 1997) se han quedado por el camino. Personalmente siempre he sentido debilidad por esta cinta. Por sus luchas de espada, por la maravillosa banda sonora y por el lirismo épico de sus imágenes. Desde que la viera por primera vez en una sala de cine se ha convertido en una de mis favoritas.
Tráiler de Conan, el bárbaro
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