Playa sangrienta

Ruth grita desesperadamente pidiendo auxilio. Algo extraño está ocurriendo en la playa. La arena vibra y ‘algo’ se traga a los bañistas hacía dentro. Se abre una investigación para localizar a los desaparecidos. Se piensa que se han ahogado o que un asesino en serie los ha descuartizado. Pero un descubrimiento aún más horroroso les espera.
Si ustedes pensaban que ya era seguro volver al agua, tengan cuidado, porque es posible que en esta ocasión el terror aceche en la arena de la playa. Justo debajo de la toalla en la que usted se encuentra tomando el sol tranquilamente. Sea bienvenido a un nuevo tipo de terror. Sea bienvenido a nuestra Playa sangrienta.
Valoración
Fue Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) la película que dio inicio a toda una oleada de imitaciones, exploits y plagios que, desde mediados de los años 70 hasta nuestros días, han llegado a inundar las estanterías de los videoclubes, las de las grandes superficies e incluso la cartelera cinematográfica y los canales televisivos de pago. Hablamos de subproductos oportunistas que, siguiendo la estela del film de Spielberg, procuraban beneficiarse del éxito y del impacto que aquella película causó en el espectador, dando lugar prácticamente a todo un subgénero plagado de producciones que abarcaban desde la Serie B más añeja y agradable, hasta la Serie Z más casposa e irreverente. Pasando por cintas mucho más sofisticadas técnicamente y concluyendo con películas de limitado valor cinematográfico pero que, a su manera, se convirtieron en verdaderas cult-movies del género.
Porque muchas fueron las cintas de bajo rango que explotaron la temática del escualo que aterrorizaba a los bañistas de una playa. Por supuesto, sin ningún tipo de discriminación ni preferencia geográfica por parte de la criatura. De este modo, propuestas como la americana Mako, el tiburón de la muerte (Mako: The Jaws of Death, William Grefe, 1976); la vergonzosa producción azteca ¡Tintorera! (Tintorera, René Cardona Jr., 1977); el exploit italiano Tiburón 3 (L´ultimo Squalo, Enzo G. Castellari, 1981), o la más reciente Tiburón 3D: La presa (Shark Night 3D, David R. Ellis, 2011), son sólo algunos de los interminables ejemplos de lo mucho que ha dado de sí el asunto. Incluso ciertos productores algo más avispados aportaron su granito de arena a esta tendencia generalizada, aunque de un modo “relativamente diferente”, tomándose la molestia de sustituir al tiburón de turno por otra especie animal del mismo hábitat, algo que pudimos contemplar en películas como Piraña (Piranha, Joe Dante, 1978) o Barracuda (Barracuda, Harry Kerwin, Wayne Crawford, 1978).
Pero no todos los derivados de Tiburón iban a girar en torno a criaturas que emergían del mar con el afán de atacar a los inocentes –y descuidados– bañistas. Y es que existe un reducido grupo de películas que pretendieron ir un poco más lejos al intentar llevar a la pantalla historias que, tomando siempre como referencia el film de Spielberg, se distanciaron lo suficiente del mismo al alterar radicalmente tanto el hábitat del animal como su propia naturaleza original. Concretamente dos fueron las películas que representaron con mayor acierto esa variante a través de un concepto algo más innovador –y divertido– dentro de una temática ya trillada hasta la saciedad: si en La bestia bajo el asfalto (Alligator, Lewis Teague, 1980) era un enorme cocodrilo el que irrumpía desde el subsuelo de Chicago para devorar a los pobres viandantes en detrimento de un tiburón que hacía lo propio desde el mar; en Playa sangrienta nos topamos ante una criatura que… ¡succiona a la gente a través de la arena de la playa! Sin duda una de las películas que, sin ocultar sus claras intenciones de parodiar y satirizar sin complejos el ‘Jaws’ de 1975, mejor explotaron este concepto desde una perspectiva bastante más original y diferente a la de otros muchos exploits de la época, siendo esta su mejor baza.
No hay más que echar un vistazo a los descarados taglines del poster original de la película, y cuyo simpático slogan lo dice todo: ‘Cuando creían estar seguros de regresar al agua… no pudieron hacerlo’. Y es que Playa sangrienta, Serie B de ínfimo presupuesto y de muy limitados medios, es una de esas producciones que pese a su escaso valor cinematográfico, todo el mundo ha oído hablar alguna vez de ella. Especialmente aquellos cinéfilos curtidos que a primeros de los 80 comenzaron a descubrir el género fantástico. Hubo de hecho una época en la que pasaron la película con cierta asiduidad por la parrilla televisiva –tanto en el inolvidable espacio de La 2 ‘Alucine’, como esporádicamente en las madrugadas de Antena 3–, hecho por el cual a casi todo el mundo que era lo suficientemente adicto al cine de género le sonaba “esa película en la que un monstruo oculto bajo la arena de una playa devoraba a los bañistas”. Una cinta que en su día fue bastante conocida y que causó cierto efecto en el espectador, posiblemente gracias a su manifiesta originalidad al ser la primera película que planteaba el hecho de que no estamos a salvo ni fuera del agua por culpa de una criatura escondida bajo la arena. Sin duda, toda una gracieta hacía el tiburón de Spielberg y al que pretendía homenajear haciéndole la contra sin reparos.
Playa sangrienta es una cinta añeja con cierto sabor a las ‘monster-movies’ de los años 50, aunque como sucede en este tipo de películas tan limitadas tanto técnica como argumentalmente, su máximo logro –aparte de saber no tomarse demasiado en serio a sí misma– es su capacidad para desprender una atmósfera y ambientación ciertamente logradas. Especialmente durante aquellos instantes en los que un personaje se adentra en la arena a través de la oscuridad, o incluso en escenas claramente diurnas. El director juega bastante bien con el factor tensión y la claustrofobia que provoca el hecho de contemplar a un personaje enterrado bajo la arena de la playa aun intuyéndose lo que el destino le va a deparar. En este sentido la película funciona bastante bien, en parte porque el realizador, Jeffrey Bloom, decide ocultar al monstruo hasta el último instante y en ningún momento da pistas al espectador sobre la procedencia y los orígenes de esta extraña criatura. El motivo de la misma carece de cualquier tipo de explicación, algo que quedará para nuestra imaginación y que resulta bastante intrigante. Desafortunadamente, el diseño del animal resulta tan fallido como risible, aunque reconozcámoslo: tiene su encanto.
En lo que respecta a las muertes de la película son bastante logradas, y el efecto succión a través de la arena está conseguido. Porque ante un guion para nada destacable, y con afán de paliar sus limitaciones narrativas sin esconderse de ello, Bloom compensa al espectador con un buen número de ataques y de muertes. Quizás poco creativas pero sí lo suficientemente inquietantes y sugerentes como para funcionar a la perfección. Ojo a varias secuencias más que destacables: el violador al que nuestro monstruo arranca el pene; el perro decapitado; el ojo encontrado bajo la arena por uno de los agentes de policía que lleva el caso; o el primer ataque a la chica enterrada en la arena por sus amigas, las cuales intentan tirar de la muchacha mientras el monstruo la agarra por las piernas. Por no hablar de la sensacional secuencia final, plagada de mala uva y abiertamente pesimista.
El gran hándicap de la película pese a su manifiesta originalidad y a la presencia en el reparto del gran John Saxon y de Burt Young (interpretando de nuevo, y de un modo descarado, al Paulie de Rocky) como los honrados agentes de policía que llevan el caso de las extrañas desapariciones de la playa, es precisamente su desarrollo argumental. Porque el guion del film peca ya no sólo de una excesiva simpleza –que también–, sino también de una torpeza que por momentos convierte la película en un ‘juguete’ demasiado lento. Los tiempos muertos entre ataque y ataque se hacen eternos principalmente porque los personajes no despiertan ningún tipo de interés como para suscitar la atención del espectador mientras el monstruo no actúa, y esto es un problema. No sucede nada interesante mientras la criatura se ausenta, los personajes son excesivamente planos y la trama de investigación se desarrolla de forma lánguida salvo en los minutos finales. Y cuando el espectador no puede identificarse con ningún personaje resulta imposible evitar no desear que el monstruo los devore uno por uno.
En cualquier caso, y pese a que la película ha envejecido bastante mal y el guion lastra en exceso una idea excelente, Playa sangrienta resulta una propuesta simpática y a ratos divertida que, siendo muy fiel a su estilo y a lo que pretende mostrar, sabe mantenernos alerta a través de buenas dosis de tensión que alcanzan su punto álgido durante aquellos instantes que transcurren en las arenas de la playa. Curiosamente, esta idea sería llevaba a la gran pantalla años después, con muchos más medios y un mejor desarrollo argumental en la maravillosa Temblores (Tremors, Ron Underwood, 1990), película cuya trama principal era casi idéntica a la de ‘Blood Beach’, sólo que cambiando la playa por el desierto.
En resumidas cuentas
Playa sangrienta es una ‘monster-movie’ de Serie B bastante simpática que homenajea y satiriza descaradamente al Tiburón de Steven Spielberg. La mayor baza con la que cuenta la película es su originalidad, pues hablamos de un producto ‘exploitation’ que, pese a sus limitaciones y su falta de ideas que arropen esa interesante premisa argumental, muestra algo radicalmente diferente a lo que se solía ver en pantalla a raíz del estreno del film de Spielberg: un monstruo que en lugar de devorar a la gente desde el agua, lo hacía desde la arena. Una propuesta a ratos divertida, con algunas secuencias interesantes y muertes jugosas que termina siendo lastrada por un desarrollo argumental ciertamente torpón y unos personajes que, francamente, no interesan absolutamente a nadie. No obstante hablamos de un film que en su momento causó cierta sensación y que no debería de perderse ningún amante del género fantástico. Especialmente aquellos amantes de las ‘monster movies’ acuáticas.
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