La presa
Lousiana 1973. Un escuadrón en prácticas de la guardia nacional, se adentra en los pantanos en una misión de reconocimiento del terreno. Una serie de incidencias pondrá a los nativos, los temibles tramperos, contra los soldados, que se verán convertidos en las presas de los hostiles cajunes, dueños y señores del lugar.
Extracto de la definición de Guerra: Desde un punto de vista filosófico se entiende que la guerra no es necesariamente ilícita. Existe el derecho de autodefensa o de legítima defensa contra el enemigo exterior cuando ataca injustamente a un pueblo. Si se niega este derecho de legítima defensa se robustece al agresor y se pone en peligro la paz de los pueblos. Sin embargo, para que una guerra pueda tener una licitud ética, existen una serie de condicionantes:
- Que haya una injusticia real, verdadera y de gravedad.
- Inviabilidad de defenderse por vía pacífica.
- Perspectiva y esperanza de éxito final.
- Que se pueda evitar un perjuicio a terceros inocentes.
Bienvenidos a ‘La presa’.
En territorio enemigo
Un pelotón de soldados de la guardia nacional americana (el equivalente a la extinta mili española) que se encuentra de maniobras en Texas, es enviado en una misión rutinaria por los atolladeros de Louisina. El objetivo es el reconocimiento del lugar, para la preparación en combate en territorio inhóspito. Armados sólo con armas de fogueo, la compañía Bravo, inicia la instrucción capitaneados por el Sargento Jefe Crawford Poole (Peter Coyote), y con el segundo al mando Simms (Franklyn Seales). A sus órdenes un variado grupo de reclutas: el carismático Spencer (Keith Carradine) que ha organizado una noche de recreo con unas prostitutas del lugar en cuanto lleguen al punto de encuentro, y los demás reclutas que son el voluble “Entrenador” Bowden (Alan Autry), el habitual joven de color que todo pelotón de reclutas tiene que tener como mínimo en sus filas y que aquí se llama Cribbs (T.K. Carter), el duro Loonie Reece (Fred Ward), el bromista Stuckey y el miedoso Casper (Lewis Smith & Les Larnom) a los que a última hora se les une Charles Hardin (Powers Boothe), recién trasladado a la patrulla desde El Paso, donde no casaba muy bien con sus superiores.
La operación no entabla ningún riesgo más allá del inconveniente de recorrer a pie los tremedales, algo que el grupo de reclutas quiere hacer en el menor tiempo posible para encontrarse con sus citas de medianoche. Por ello, no dudan en apoderarse de unas canoas que encuentran a su paso, y que claramente pertenecen a los tramperos aborígenes, unos hombres acostumbrados a cazar animales con métodos poco ortodoxos (son de los que van a pescar con dinamita…), y que no tienen ni el más mínimo sentido del humor. Por ello, deciden dejar una nota, en la que avisan a los cajunes de que podrán recuperar parte de sus barcas (con la ayuda de las restantes, las cuales dejan allí para que pueden valerse de ellas y recobrar la totalidad de las embarcaciones al final del riachuelo).
En mitad del inicio de la travesía hacen acto de presencia los acadianos, que atónitos ven como un grupo de militares se llevan sus botes. Entre risas, el soldado raso Stuckey abre fuego (recordemos que sus armas son de fogueo) contra los cajunes, que rápidamente responden ante el fuego con más fuego. Sin saberlo, los soldados han iniciado una guerra que están condenados a perder, han invadido un lugar que no les pertenece y han ofendido de manera irreversible a los primigenios. Se han convertido en «las presas».
Valoración: «Cazadores cazados».
El legendario Walter Hill (el cineasta más infravalorado de su generación, formada por coetáneos como Ridely Scott, Richard Donner, Oliver Stone, William Friedkin o Michael Cimino) firmó en 1981 la que es una de las mejores muescas de su culata, ‘La presa’, título made in Spain del irónico y genial ‘Southern Comfort’, algo así como ‘El Amable Sur’…
Tomando el punto de partida de otra cinta de referencia redneck setentera como era ‘Defensa’ (‘Deliverance’, John Boorman, 1972), aunque despojada de las referencias ecologistas de esta, ‘La presa’ es un durísimo film de acción de marcada aura bélica (por aquellos años el conflicto del Vietnam aún coleaba fuertemente en la sociedad americana), que cuenta con una premisa argumental gloriosa (unos soldados en prácticas, sólo armados con armas de fogueo, siendo cazados por unos tramperos en los asfixiantes paisajes de los pantanos sureños). Además de eso, la trama, esta apoyada en unos diálogos testosterónicos e imposibles hoy en día (escritos en parte por el propio Hill), sumados a unos personajes principales que son la antítesis del héroe por excelencia, que serán cazados uno a uno por los tramperos (en un planteamiento narrativo que luego fue mil veces imitado, véase ‘Depredador’ de John McTiernan o la misma ‘Alien’) mostrados en todo momentos como enemigos en la sombra, de los cuales no veremos sus rostros, ya que sólo se intuyen en siluetas (lo que los hace tremendamente amenazantes, sobre todo, en su clímax final en el poblado en donde los soldados supervivientes empezarán a entrar en una paranoia absoluta al desconocer cual de todos los nativos son los asesinos que van tras ellos).
Viendo su bien labrada filmografia queda claro que Walter Hill es un grande con el que se ha cometido una injusticia enorme. Su carrera abarca más de cuatro décadas. Empezando a finales de los 60 como ayudante de dirección de Peter Yates (‘Bullit’) y Norman Jewison (‘El Caso Thomas Crown’), en sendos films protagonizados por Steve McQueen. Ya en los 70s y con la experiencia previa en los sets de rodaje, Hill dió el salto como guionista, componiendo los libretos de cintas del calibre de ‘La huída’, ‘El hombre Mackintosh’ y ‘Con el agua al cuello’, hasta que en 1975 se estrenó como director con ‘El luchador’, cinta protagonizada por Charles Bronson como un buscavidas cuya única forma de ganarse el pan es a base de usar sus puños en peleas clandestinas (en un argumento que luego en los 90s dio lugar a una actualización moderna en una de las cintas imprescindibles de Van Damme, la gloriosa ‘Lioheart: El Luchador’).
Hill había dado el primer paso. Lo bueno estaba por venir. Rápidamente se fue ganando una merecida fama de firme heredero del estilo Peckinpah. Su áspera manera de filmar, su galería de personajes protagonistas (en su mayoría desarraigados y/o despojos sociales), su declarada misoginia (en sus cintas las mujeres sólo aparecen como objetos) y su rebelde empecinamiento por el western en época de claro descenso… lo apartaron de los grandes estudios, al mismo tiempo que le fueron labrando una bien merecida fama de artesano de primer nivel. Puede que solo él tenga la culpa de que los años pasaran y nunca volviera a filmar una obra de referencia al nivel de ‘The Warriors’ o ‘La presa’, si bien mantuvo el tipo con cintas contundentes y reivindicables como ’48 Horas’ y secuela, ‘Traición sin límites’ o ‘El Último Hombre’. Aún y con esas la carrera de Hill ha dejado un legado que a día de hoy permanece imperecedero, y eso es que algo que no todos sus contemporáneos pueden decir.
‘La presa’ fue filmada en escenarios reales de la propia Lousiana, con un reparto mezcla de auténticos tipos duros y habituales del cine de Hill, como Keith Carradine (el hermanisimo de «Kung Fu», visto en ‘Los Duelistas’ o ‘Forajidos de Leyenda’), Powers Boothe (‘Traición sin límites’, ‘Giro al Infierno’), Fred Ward (‘Remo: Desarmado & Peligroso’, ‘Blindado’), Peter Coyote (‘ET’, ‘Al filo de la sospecha’), Sonny Landham (’48 horas’, ‘Acción Jackson’) y aquella bestia parda que era Brion James (‘Blade Runner’, ‘Persecución nortal’).
En tan imponente escuadrón de sólidos interpretes destacan un soberbio Brion James (atención a su mimética transformación en trampero, pose, acento y formas incluidas), el hierático Powers Boothe (haciendo pleno uso de su tétrico rostro), un convincente Carradine y el gran Fred Ward, inolvidable protagonista de la saga ‘Temblores’.
Pero si hay alguien que se doctora en este film, ese es Walter Hill que se marca una auténtica lección de dirección tras las cámaras, llevando la tensión y el hostigamiento a su máxima expresión. Su presentación de los personajes, lo bien llevado que está la locura que se va apoderando de ellos al verse indefensos en mitad de un territorio que les es desconocido. Ver como Hill opta de forma soberbia por no mostrar nunca en primeros planos a los tramperos, convertidos en enemigos entre sombras, vistos en rafagazos, y de maneras canibalescas, lo que eleva la lucha al nivel «Humanos vs Bárbaros» sin saber quienes son verdaderamente los asediados (al fin y al cabo, los tramperos están respondiendo a una ofensa hecha por unos arribadores carentes de respeto por lo ajeno, haciendo lo que ellos creen que es lo justo, tomarse la justicia con su propia ley). El crescendo de muertes a cada cual más bestia que la anterior, culminando en un portentoso tercer acto en el poblado de los paletos, que mezcla de forma maestra, la fiesta de los indígenas (ignorantes de lo que ocurre) con el acorralamiento definitivo de los asesinos a los soldados. Un autentico tour de force que nos ofrece la peor cara del ser humano, aquel que pierde toda su humanidad cuando se ve acorralado, mostrando su verdadera cara. Despojados de mascaras, cuando tu supervivencia está en juego la vida del otro carece de valor. Todo ello con un claro tono belicista.
El film es una inteligente variación de lo que abundaba en la época: cintas sobre el Vietnam. La mayoría contadas desde la perspectiva de que los EE.UU. que habían sido los buenos, tendencia que varió notablemente en los 80s con el estreno de relatos anti-bélicos del calibre de ‘Corazones de hierro’ o ‘Nacido el 4 de julio’ entre otras. Aquí, Hill cambia el continente asiático por los inhóspitos bayous, y a los Vietcongs (recordemos que aquellos no eran más que campesinos que luchaban contra la invasión yanqui en sus tierras) por los tramperos, que no por casualidad, son los auténticos outsiders americanos, cuyo estilo de vida es diametralmente opuesto, al tan bien vendido way of life estadounidense.
Además, el firmante de ‘El Tiempo de los intrusos’ se da el gustazo de estar apoyado en una esplendorosa fotografía de Andrew Lazslo (no por casualidad el mismo que firmó tal labor en el primer Rambo, ‘Acorralado’, 1982) que dota al film de una atmósfera insana que eleva aún más el aislamiento físico y moral de los protagonistas.
En el apartado musical nos encontramos con una evocadora partitura de Ry Cooder. Cooder es uno de los más grandes guitarristas de la historia de la música, y un habitual de Hill por aquellos años. Por ejemplo, fue el encargado de los arreglos de aquel musical gamberro y chulesco que era ‘Calles de fuego’ (1984), donde unos jóvenes Michael Paré y Willem Dafoe (atención a las pintas que gastaba este último) se curtían el lomo a base de bien por el amor de Diane Lane, todo bien servido con rock and roll del bueno de fondo, en la que es otra de las imprescindibles de Hill, y el único proyecto personal del director en donde pudo mezclar su amor por el cine y la música en uno solo.
En resumidas cuentas:
Señoras y señores, estamos ante cine en estado puro. Ante el clásico caso de película que hará susurrar al espectador un afligido grito en el silencio. Una sentencia tan clara como verdadera: ya no se hacen películas como antes. Y ‘La presa’ es un film de los de antes.
La escena: Muchísimas. Pero por lo que representa para el devenir de la trama: el momento en que Stuckey abre fuego contra unos sorprendidos tramperos… y la respuesta de estos (una escena de ruptura con todas las de la ley, que descolocará al espectador, y que deja bien claro que en ‘La presa’ todo es posible).
La secuencia: El memorable duelo a dos bandas en el poblado. Un final grandioso.
Los Tramperos: Los acadianos o cajunes son un grupo étnico localizado en el estado de Luisiana (Estados Unidos). Descienden de exiliados de Acadia durante la segunda mitad del siglo XVIII, tras la incorporación de los territorios franceses de Canadá a la Corona Británica. La lengua cajún es un dialecto proveniente del francés. Actualmente, los cajunes forman una comunidad importante al sur del estado de Louisiana, donde han influido notablemente en su cultura. Centros culturales importantes del pueblo cajún son las ciudades de Lafayette y Lake Charles. En 1980 fueron reconocidos oficialmente por el Gobierno estadounidense como grupo étnico. Para preparar su papel de trampero manco, Brion James, convivió durante semanas con un verdadero acadiano de los pantanos del cual copió el peinado, la vestimenta, y el perfecto acento cajún.
Frases memorables:
–«He oído que buscan profesionales en México» (Simms).
«¿Putas?» (Poole).
«No. Soldados» (Simms).
–«Que no te guste la guardia de Texas es lógico, pero si no te gusta la de Louisina te meto un paquete que te hundo. ¡Te enteras!» (Poole).
-¿¡Qué coño está pasando aquí!?» (Hardin).
«Yo te respondo. Soy hombre de ciudad. Sólo se me ocurre una respuesta: no tengo ni puta idea. Salvo que aquí hay gente muy rara y es evidente de que quieren matarnos» (Spence).
«Y todo porque un imbécil disparo con balas de fogueo» (Hardin).
«Si. Y porque un atajo de maricones les han robado unas barcas» (Spence).
–«¡¡¡Mátalo, mátalo!!!» (Trampero manco).
–«Desde que se escapó el trampero se divierten cazándonos» (Hardin).
«Se te ocurre algo para evitarlo o estás recitando lo que pondrás en el informe» (Spence).
«Ya sé lo que pondré en el informe: quiero vivir. Y ese mismo deseo me hará luchar por salir de aquí» (Hardin).
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