Km. 666: Desvío al infierno
Chris viaja en su coche por la zona rural del oeste de Virginia para asistir a una entrevista. Decidido a acortar camino encuentra, por casualidad, un atajo que podría llevarle más rápido a su destino. Por desgracia, termina teniendo un accidente con un grupo de amigos que iban de acampada. Al parecer, alguien ha puesto una trampa en la carretera, pero… ¿Quién haría eso y por qué? Para desgracia de todos, no tardarán mucho en descubrir las respuestas… (Cineycine).
Tomar un atajo en una carretera secundaria es el punto de partida de este film de terror y supervivencia. Una cinta desprovista de cualquier tipo de pretensión y producida por el legendario Stan Winston con sus maquillajes marca de la casa. En su vigésimo aniversario, nos adentramos en los extensos bosques del oeste de Virginia. Juntos intentaremos sobrevivir al ‘Km. 666: Desvío al infierno’.
“Pero, ¿Qué cojones pasa aquí?” (Scott)
Crítica de Km. 666: Desvío al infierno
Bien podemos considerar este film como un homenaje al cine de terror “made in USA” de los años 70, justo antes de meterse en el slasher de los 80. Su máximo responsable fue Rob Schmidt, un director que ha dedicado toda su carrera al terror. Schmidt quería hacer una película lo más cercana posible a la vieja escuela. En consecuencia, abogó por los efectos artesanales, el mínimo uso de efectos visuales y un guión prácticamente repleto de todos los clichés del género posibles.
En su esencia, ‘Km. 666: Desvío al infierno’ es un film pensado únicamente por y para el deleite del aficionado al género. Así las cosas, cualquier neófito al cine de terror y/o espectador casual quizás no encuentre atractivo alguno en esta propuesta. Una propuesta cuyos bajos costes, y la popularidad generada tras su salida en TV y videoclubs, le hizo recuperar la inversión y conseguir un cierto halo de film de culto. Además, propició varias secuelas (todas ellas directas a video) y un remake. Esta última “actualización” se estrenó en 2021, pero apenas tiene nada que ver con la cinta original y fue un estrepitoso fracaso.
Puede ser bastante excluyente afirmar que el no aficionado al género no va a encontrar nada atractivo en ‘Km. 666’. Pero es que dentro del cine de terror existen determinadas películas pensadas casi exclusivamente para cierto espectro de público: los fans. Ya desde su primer fotograma, la cinta de Rob Schmidt no se avergüenza ni lo más mínimo de su origen, intenciones y tratamiento de personajes. Cierto es que, en su momento, la película no fue bien recibida por la crítica americana. No obstante, y a nivel personal, creo que se nutre bastante bien de una retahíla de films previos y que muestra un buen respeto a un género que, durante mucho tiempo, había sido maltratado por ciertos sectores de la crítica. Sectores más preocupados por su imagen que por realmente sentarse a hablar de cine de forma honesta y clara.
La trama de ‘Km. 666’ abraza claramente lo desarrollado en la mítica ‘Las colinas tienen ojos’ (Wes Craven, 1977). Aquí tenemos a un grupo de personas que toman un atajo para llegar a su destino, pero terminan topándose con un equipo de asaltantes deformes. En ocasión son un trío de caníbales monstruosos que viven en las montañas de Virginia. Estos desagradables personajes son conocidos vagamente como “Los hombres de la montaña”. Y tan pronto como los jóvenes caen en su trampa, les perseguirán por la zona en una cacería salvaje y no exenta de una cantidad considerable de gore y violencia. Todo un deleite para el público ansioso por ver a los pobres chicos caer a manos de sus sanguinarios “cazadores”.
El guión correspondió a Alan B. McElroy, un guionista cuyo crédito más famoso fue el de la muy denostada ‘Spawn’ (Mark A.Z. Dippé, 1997). McElroy crea la empatía justa hacia los personajes para que nos preocupemos por ellos en cuanto la carnicería comience. Pero queda claro que el libreto está más centrado en complacer a los aficionados con la ya citada película de Craven. Tampoco podemos obviar otros guiños como el lanzado hacia ‘Posesión infernal’ (Sam Raimi, 1981) con esa cabaña en mitad de las montañas… o hacia ‘Viernes 13’ (Sean S. Cunningham, 1980) y sus sucesivas secuelas. Al margen de estos homenajes, Schmidt y McElroy consiguen que el espectador este lo suficientemente enganchado con los elementos propuestos y deje de lado su escasa y notoria falta de originalidad.
Parte de lo que más se recuerda de esta película es el maquillaje de los tres caníbales deformes. Me refiero a “Tres dedos” con su constante y atronadora risa (interpretado por el legendario actor de género Julian Richings), “Un ojo” y “Dientes serrados” (Ted Clark y Garry Robbins). Sus disfraces y prótesis fueron obra del legendario Stan Winston. El propio Winston también tuvo crédito como productor porque le dieron carta blanca respecto a los diseños de los personajes. Además, al leer el guión, se emocionó porque: “era una oda a las viejas películas de terror que veía cuando era más joven”. Al final, el diseño de los tres degenerados resulta muy convincente junto a las interpretaciones de los actores que les dan vida. Advertir que hicieron casi todas sus secuencias de riesgo. Tan es así que Ted Clark tuvo que aprender a disparar con el arco.
Ahondando en el terror, queda patente que Rob Schmidt es un apasionado del género. Esto se nota a la hora de diseñar las diferentes secuencias (a destacar cuando los personajes se tienen que ocultar en la casa del trío sanguinario). También queda demostrado su amor al género al dotar a su propuesta de un ritmo que no busca dobles lecturas ni excederse en demasía. Estas características son una clara demostración de buscar desde el inicio una cinta honesta para el disfrute del aficionado.
En el casting el tema está bastante dispar y se notan algunas carencias. Desmond Harrington interpreta al protagonista del relato, Chris Flynn, un médico en prácticas que va de camino a una entrevista para un puesto en un hospital. Harrington es uno de los actores más inexpresivos de toda la película, sobre todo comparado con el resto del reparto. Y eso que, sobre el papel, su personaje viene a ser una especie de “héroe por accidente”. Sin embargo, durante los 84 minutos de metraje, apenas muestra rasgos de emoción (mas allá de cuando hay algún momento de terror y otras situaciones dramáticas donde parece mostrarse acojonado). Harrington va con cara de palo a lo largo del film y deja una constante sensación de hastío cada vez que lo enfocan.
Caso contrario es el de Eliza Dushku. La actriz de Boston era muy popular en aquellos tiempos por sus apariciones como Faith en ‘Buffy, cazavampiros’. Aquí interpreta a Jessie Burlingame, el rol de chica valiente. Eliza resulta ser más expresiva y carismática que su compañero de fatigas y, al igual que él, dice las cosas más lógicas de todo el reparto. El resto del grupo lo completan Emmanuelle Chriqui (Carly), Jeremy Sisto (Scott), Lindy Booth (Francine) y Kevin Zegers (Evan). Los suyos son papeles habituales del cine de género: gente obsesionada con birras, tener relaciones en el bosque,… vamos, lo habitual en este tipo de producciones.
En conclusión.
Termino esta crítica de Km. 666: Desvío al infierno, una honesta propuesta de terror completamente consciente de sus orígenes y bases, tanto para lo bueno como para lo malo. Los que somos aficionados al cine de género estamos ante una más que decente película que también podemos considerar como una carta de amor a cintas de épocas pasadas.
Tráiler de Km. 666: Desvío al infierno
Escucha nuestro podcast